Voy corriendo por la avenida de los Insurgentes. Me detengo
en una esquina, bruscamente. Le pregunto a un señor si no la ha visto.
_ ¿Cómo es, cómo iba vestida, cómo era su cabello? – me pregunta,
inquieto, probablemente por mi visible nerviosismo.
Le doy sus señas particulares.
_ ¡Necesito tenerla ahora, aquí! – grito, desesperado.
Y vamos los dos corriendo. Tres calles más adelante,
pregunto a un joven si no la ha visto. Yo hablo con tartamudeos. El señor le da
las señas exactas.
_ ¡Es preciso encontrarla! – grito.
Y nos vamos los tres corriendo, despavoridos. Luego pregunto
y pregunto a aquel anciano y a ese niño y al ejecutivo y al vendedor de jugos y
al billetero y al policía y al estudiante y vamos ya treinta y siete hombres
corriendo, consternados, en su busca.
Me detengo en otra calle.
Digo a un andariego:
_ ¡Yo que fui del amor un ave de paso…!
Y nos vamos ya una cincuentena de hombres buscando a la
mujer deseada. Vamos corriendo con urgencia, terriblemente, exasperadamente. Vamos
sudando, agitados, alterados.
Nomás digo cómo es ella y los hombres saben que tenemos
que encontrarla.
Vamos corriendo por la avenida de los Insurgentes.
Desesperados.
Texto que forma parte del libro de Víctor Roura: La ira de Dios es mayor, Ediciones Del
Gallito/Ponciano Arriaga, Giros Negros, 1996.
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