No es que quiera
introducirme en su vida, disculpe usted, pero no había visto nunca antes unos
pies con esa tersura suya. Duerma, por favor. No me haga caso. Pero me tienen
maravillados sus pies. Es como acariciar sus piernas. Digo, así lo supongo, ya
que sería incapaz de tocar una de sus extremidades. Pareciera que estos pies
jamás han pisado suelo alguno. Me pregunto si volará usted. No, no me haga caso.
Duerma, por favor. Voy a darle un beso en la plantilla, con el debido rubor que
eso me produce…
Pero si es como besar un hombro desnudo… No. Otro no. Porque estoy
seguro que ya no podría estar sin sus pies. No podría dormir sin ellos, perdone
usted. No me insista. Yo dormiría siempre de cabeza, junto a sus pies. Los besaría
toda la noche, mientras usted localiza sus sueños deseados. Así eran los pies
de William Faulkner, seguramente. Y no digo de mujer alguna porque me quiero
quedar con la idea de que es usted la única con esta clase de pies.
Texto que forma parte del libro de Víctor Roura: La ira de Dios es mayor, Ediciones Del
Gallito/Ponciano Arriaga, Giros Negros, 1996.
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