
Gozábamos del placer de la deducción. Sobre la deducción misma degustábamos de la construcción misma – con y sin justificación. Nuestro conocimiento iba in crecento. Girábamos sobre nosotros mismos. Éramos perfectos…
Quizá debimos detenernos. Quizá pudimos pensarlo mejor. Comenzábamos a perder los sentidos. Gozábamos de ello. Paulatinamente, también perderíamos la noción del tiempo y el espacio. Creíamos a pie juntillas ser una expresión netamente lógica. La ÚNICA. Todo nos llevaba a ésa conclusión.
Estuvimos así largo y prolongado tiempo. Ausentes de nuestros sentidos y de nuestras acciones. Eso ya era concluyente. Estaba frente a nosotros – obvio, lo inhibimos y pasamos a hacernos invisibles en complicidad mutua.
Continuábamos exaltando pasiones… Cada vez más grande la nueva con relación a la previa. Nada nos importaba. No quisimos detenernos. En ese preciso instante de nuestras vidas nos negábamos, a diferencia de otras ocasiones, a sacar conclusiones: nos encontrábamos en los límites de un accidente peligroso, de proporciones casi mortales. Seguíamos, en cambio, disfrutando del letargo que nos proporcionaba esa exaltación extrema de nuestros afectos y nuestras pasiones. Hoy día estamos ya exacerbados, sí. Mas estamos exacerbando la enfermedad que nos llevó y trajo – producto de mutua complicidad, repito – a esta espiral sin fin en la que estamos presos de inercias que desafiamos y, ¡oh paradoja!, hoy gira gozosa sobre nosotros…
Hoy, sin embargo, detengo mi escritura justo en el momento en que King Crimson se atraviesa por mis oídos:
"The wall on which the prophets wrote
Is cracking at the seams.
Upon the instruments of death
The sunlight brightly gleams.
When every man is torn apart
With nightmares and with dreams,
Will no one lay the laurel wreath
As silence drowns the screams"
No hay comentarios:
Publicar un comentario