No es que quiera inmiscuirme en su vida, disculpe usted,
pero ha de ser asombroso dormir a su lado. Y no es una propuesta. Sólo que me
he quedado mirándola y he visto en sus ojos el misterio de la noche. Me figuro
que un hombre debe de entrar con sigilo en su cuerpo. Estar horas hablando de
la caída de la lluvia o de los ríos que inundan la intimidad de las alcobas o
de los minutos que yacen a un costado de las ventanas húmedas. Qué sé yo.
Hablar para no decirse cosas sino para mirarse un poquito más adentro.
Creo que
con usted, y perdone la descortesía de la observación, a veces ni siquiera es
necesario platicar. Sino caminar. Tal vez andar con los pies descalzos sobre el
pasto mojado o sobre la arena sin tocar el mar. Quizá sólo sea necesario rozar
sus manos para descubrir su nocturnidad. Porque el misterio que está oculto en
sus ojos encierra innumerables sorpresas. Así eran los ojos de Edgar Allan Poe,
seguramente. Y no digo de mujer alguna porque me quiero quedar con la idea de
que es usted la primera con esa mirada.
Texto que forma parte del libro de Víctor Roura: La ira de Dios es mayor, Ediciones Del
Gallito/Ponciano Arriaga, Giros Negros, 1996.
No hay comentarios:
Publicar un comentario