Cuando iba a tocarle la rodilla, ella ya no estaba en su
sitio.
_ ¿No vio a dónde se fue la mujer que me acompañaba? –
pregunté a un señor sentado frente a mí.
Leía una historia, el señor.
_Usted subió solo – dijo secamente.
Volteé hacia el otro asiento. Estaba una señorita.
_De casualidad, ¿usted vio hacia dónde se fue la muer que
me acompañaba? – pregunté.
Me levanté. La próxima estación del Metro era División
del Norte. Miré con discreción alrededor mío. Varias personas cuchicheaban a
mis espaldas. Sonreían quedito. Un niño me señalaba con el dedo. Llegamos al
andén. Al abrirse las puertas, ella subía.
_ ¿Cómo pudiste bajar antes que yo? – la interrogué.
Pero no hizo caso.
_ ¿Por qué me dejas hablando solo? – grité.
Las puertas se cerraron. Y yo no estaba afuera del vagón,
mirándola con reproches.
_ ¡No puedes enfermarme de ese modo! – grité.
El Metro empezó a avanzar. Yo corrí tras él. Ella sonreía
mirando mi carrera.
Me fui a dar de lleno contra la pared, mientras el Metro
se metía al oscuro túnel.
Recobré el conocimiento horas después.
Texto que forma
parte del libro de Víctor Roura: La ira
de Dios es mayor, Ediciones Del Gallito/Ponciano Arriaga, Giros Negros,
1996.
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