(A Rockdrigo González)
Te conocí en las banquetas de San Fernando, allá por la
zona de hospitales. Me tendiste la mano y vi tus dedos amarillos de nicotina,
devolví el saludo y listo, el cosmos nos había juntado. Era de tarde, cargabas
una guitarra; también traías un arnés para armónica, un aura casi violeta te
circundaba de pies a cabeza. Yo iba envenenado de circunstancias harto verdes y
me pediste que compartiera. A las seis, tú y yo ya estábamos bien
circunstanciados, pero queríamos más introspección y fuimos por una caguama.
Traías un ato de rolas sobre el hombro, yo sólo cargaba mi piccolo en tono de la, unos blues recién horneados en casa, los
ojos rojos anochecidos en ese pedazo de ciudad sucia. Resonó tu voz gangosa en
la bóveda celeste; cuando pausabas, besabas la armónica y enseguida, aquella
letanía melodiosa fluía con fragor 'filo-sófico' pidiendo a la ciudad te
escuchara y la ciudad ruidosa se silenciaba. Me uní a ti haciendo dobleces
desde mi fuelle pulmonar a las notas con mi piccolo,
te detuviste, echaste a un lado la guitarra; en segundos, dos armónicas
frenéticas tumbaron portones y murallas, reconstruyeron nuestras personalidades
rotas.
Después nos jalamos cada quien pa' su rumbo...
II
Cuando te echamos tierra tú ya eras Dios. Compartimos la
caguama del mismo cuello de botella; cotorreamos, fumamos mota y tambaleante
fuiste a chocar con tu destino. La ciudad estaba encimada sobre ti ese ingrato
viernes. Te busqué arañando, revolviendo aquel vómito de tierra, pero los
aullidos de los perros, como nunca, fueron terriblemente certeros: habías
muerto.
Amigo, hoy sueño sobre ti y la mar agitada de tu Tampico:
hoy toco el dobro de mis
celebraciones en tu memoria.
Blues y Luz
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