Igual que en 1985, las muchachas y muchachos de ésta
ciudad han vuelto a salir a la calles, en un despliegue poderoso que escucha el
llamado de auxilio de la tribu, con la sangre a punto de ebullir, para rescatar
de entre los escombros a sus pares, a otros ciudadanos como ellos.
Tienen algunos cascos y guantes, tapabocas, no sólo
quitan piedras de los edificios derrumbados, organizan el tránsito, clasifican
medicinas en un camellón, reparten comida y agua, organizan albergues, no
duermen, no descansan, no paran.
Una jovencita me cuenta que nació a finales del 85
mientras carga una cubeta llena de escombros para pasarla a otras manos igual
de jóvenes en una cadena interminable.
Una vez más, han tomado el control, de la ciudad, de sus
vidas, de las vidas de otros; yo estoy convencido que estamos en las mejores
manos del mundo, que su esfuerzo y su pasión son lo que mantiene en pie a ésta
ciudad que suma una horrenda cicatriz a su memoria.
Son héroes y sin embargo no quieren ni el reconocimiento
ni el aplauso, sólo encontrar a esa niña que respira entre el polvo, alimentar
a esos que no han parado de trabajar toda la noche, llevar al abuelito con su
perro entre los brazos a un lugar seguro, alimentar a los desalojados de ese
edificio que parece colapsará de un momento a otro...
He saltado en el tiempo. Ellos son nosotros, nos veo en
sus ojos.
Siempre he estado muy orgulloso de esta ciudad y de sus
gentes.
Hoy, más que nunca.
Porque sé que estamos en las mejores manos del mundo, las
de los muchachos...
(Benito Taibo)
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