Para cuando los Beatles llegan a EU, en 1964, se
sintieron como prisioneros - encerrados en su propia fama imposible: desde que descendieron
del avión en Nueva York se sorprenderían al encontrarse con una "aullante" multitud. Así, hasta su último concierto, en San Francisco en 1966, estarían
asediados por una incontrolable histeria.
Cierto, en un principio, viajar por EU era emocionante.
Con el éxito de sus singles y la proyección de A Hard Day's Night, su manager Brian Epstein aceptaría una gira por 24
ciudades a través de EU y Canadá durante 32 días. Eso significaba viajar un
promedio de 600 millas al día en su propio avión privado... y tocar 32 conciertos
de media hora cada uno.
Empero, dicho ajetreo los dejaba imposibilitados de acceder a escenarios públicos:
salir a un restaurante, entrar en un bar, pasear desapercibidos por una calle. Tan sólo verían los EU a través de las ventanas del hotel y de las
entrañas de las limusinas. ¿Resultado? Aislamiento, sí. Pero quedaban, demás, a
expensas de las exigencias de una adoración voraz.
En el momento de la última gira estadounidense, en 1966,
los Beatles sabían que era imposible continuar. Ya no era divertido tocar en vivo y
los sonidos creados para su álbum Revolver
no podían ser reproducidos cuando se canalizaban a través de los sistemas de
sonido empleados en los estadios en los que se realizaban. Regresaron a Gran
Bretaña, a los estudios de grabación, al único lugar donde volverían a tocar
juntos como grupo.
Así, sería el 29 de agosto de 1966 cuando los Beatles
tocaron su último concierto en el Candlestick Park, en San Francisco,
California, ante una multitud de 25 mil espectadores. Curiosamente, durante esta
última gira estadounidense, los Beatles no interpretarían una sola canción de
su entonces reciente álbum: Revolver.
Terminarían su presentación con una versión de "Long Tall Sally", de
Little Richard.
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