Enfrentar la página en blanco con no más que un silencio más
hondo, el vacío inenarrable de la voz que, no teniendo nada mejor qué decir, se
contenta con el balbuceo. ¿Callar, entonces?
¿Apoltronarme en el hueco que se,
gentil, ofrece entre una y otra grafía? ¿Insertar entre la forma reflexiva de un
pronombre, y un verbo, un sustantivo, obligando pausa al que lee reverente? Les
digo esto desde una confusión más honda, que por este solo bien se me permita
retomar el aullido y aguzar las formas, que reviente en un grito capaz de
sostenerme, capaz de puente o peldaños, desde la otra orilla hasta el fondo en que
me he llegado, arrojado sin fin, y que, sin embargo, recomienzo cada día; dejad
que todo me abandone menos el canto, y ser, todavía, la roca en que (el mar)
revienta las olas.
(Eduardo Oláiz)
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