Te lo digo, así no vas a ir a ninguna
parte, husmeando en el calabozo, poniendo la mano sobre la frialdad de las
piedras del muro. Queriendo escribir sin perturbaciones, disculpe usted el
lugar común.
Te lo dije, pendejo.
La tarde se iniciaba con
perros tranquilos mirando a la gente que pasa platicando tranquilamente.
Ascendiendo por el tobogán de
seda retornando a lugares lejanos con una memoria que navega en la pluma. Azul
y negro y blanco al mismo tiempo, violetas y el sol hizo claras las ramas esta
tarde, perdonen el lugar común, al que corresponde un sentido común. Por las
noches visitaba el bosque y las estatuas, el color de los sueños olvidados, la
regia reja custodiada por los leones, por las noches los paseos interminables
en el metro, mirando una por una las caras de las gentes, atado al mundo como
un barco submarino que viajaba. Arriba el agua más agua sosteniendo los cuerpos
y llegando resuelta y amorosamente a las playas, arriba estaba la ciudad de
México. El temblor de la tierra, la estabilidad del peso, la violencia, la ceguera
y todo lo que uno es capaz de mirar si no mueve a la dama y a la torre, si no
recuerda la portada de los cerillos clásicos de lujo, si no comienza a caminar
sin pedir permiso primero.
"Bajo la lluvia", de Javier Molina
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