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viernes, 5 de septiembre de 2008

"Manual para suicidarse sin dolor"



Para Víctor Roura

Vives cada día y lo llevas hasta sus
últimas consecuencias. Exiges,
rabias, perdonas. Ves envidia,
rencor y amargura donde no los
hay, y buena vibra, calidad humana
y afecto donde privan porquería
y mezquindad. Por ti matarías
a cada hombre que habla con tu
compañera, o a cada idiota que
atropella un perro; un perro
antes que un hombre. Para ti
eso es vivir lo cotidiano: dar
ternura cuando no te la piden
y purgar el sufrimiento del mejor
amigo.

Eusebio Ruvalcaba

jueves, 4 de septiembre de 2008

Víctor Roura, un alma generosa (50 años de vida entre colegas)


Las siguientes líneas fueron tomadas, sin el consentimiento de su autora, Eugenia Montalván Colón, únicamente con el fin de agradecer la existencia de gente de la calidad de Víctor Roura en el quehacer periodístico cultural. Yo, en definitiva, me he visto seriamente influido desde el momento en que lo leí por vez primera. Si bien es cierto, de un tiempo a la fecha, me he visto privado del placer de su escritura, eso no impide que reconozca su trayectoria y talento, sobre todo en el periodismo cultural.
Nuevamente, gracias por todo lo otorgado hasta ahora, Maese Roura!!!

México, D.F., 1 de agosto. Todavía no eran las 7 en punto, hora de la reunión para celebrar el cumpleaños de Víctor Roura, el jueves pasado, cuando Eusebio Ruvalcaba llegó al centro de Coyoacán. El poeta y periodista Salvador Mendiola, aguardaba dentro del Teatro Hugo Argüelles, en ese momento desolado a consecuencia de una implacable lluvia. Del festejado, ni sus luces, y en tanto corrían los minutos Eusebio fue por un vodka para dárselo como bienvenida.

El homenajeado llegó con la parsimonia propia de quien celebra un medio siglo de vida y ha publicado, ese día, un largo poema que lo refleja íntegro: […] Aquí estoy después de mis muertes,/ de haber sentido los vientos de la aniquilación, del aire/ que deletrea insomnios/ de las arrebatadas cuatro/ estaciones que tensan, raudas,/ la vida, tu vida, la mía…

Y que en otros versos dice: Dos hombres de veinticinco/ rondan en mi sosegado/ y aún inquieto cuerpo…

Y por fin saludamos al maestro Roura, a Gabriela Flores, su amada acompañante, y a Humberto Musacchio, dispuesto a contarnos la historia de su amistad con el querido Roura, autor de Cultura, ética y prensa (Paidós, 2001) y el libro de cuentos El diluvio y la cebolla (Colofón, 2004), entre sus libros más recientes, y quien esta vez, asombrosamente, no vestía todo de negro.
Cuando Musacchio tomó el micrófono dijo: “Antes de conocer físicamente a Víctor Roura, yo ya sabía de él”. El tono insinuaba, efectivamente, que esta noche abundarían los elogios y, claro, las anécdotas.

Ha de haber sido en 1969 ó 70, quizá un poco después, lo importante es que Musacchio estaba departiendo en el Salón Palacio con sus amigos cuando de repente llegó Roura –entonces rondando los 15 años- a esa cantina de alcurnia con Jesús Luis Benítez “El Búker”, y el muchacho cautivó a todos por su inteligencia y sencillez, sencillez que como dijera Musacchio, no ha perdido nunca.

Para Musacchio Víctor Roura es una presencia indispensable: “un compañero de este largo viaje periodístico intelectual en el que está metida la generación –a la que él se coló- de José Agustín, René Avilés Fabila, Gerardo de la Torre, -Eusebio Ruvalcaba es más joven- y muchos otros amigos.

“Víctor Roura –continuó diciendo Musacchio- aparte de ser un periodista excelente y un escritor que ha incursionado con éxito en varios géneros, es también un creador de publicaciones, es un capitán de empresas periodísticas, siempre paupérrimas, por supuesto, pero con resultados intelectuales altamente apreciables”.

Recordó al público que -a golpe de milagrería- Roura hizo el periódico Las horas extras, un periódico inteligente, creado con ese ojo que le caracteriza para promover a compañeros que empiezan, afirmar vocaciones e impulsar talentos, una vertiente en la personalidad del autor de Codicia e intelectualidad (Lectorum, 2004) que ha sido poco apreciada y que para Musacchio es de la mayor importancia.

De las vivencias más sentidas narradas esta noche de cumpleaños, Musacchio contó una definitoria en su vida a raíz de que, en 1989 al encontrarse desempleado, Víctor generosamente lo invitó a colaborar en El Financiero, la mejor sección cultural de los periódicos del país, creada por él en 1988.

“Uno de los grandes episodios que viví con Víctor en la sección de El Financiero fue aquello que se llamó primero el Coloquio de Invierno, donde los grupos de Nexos y Vuelta se dieron un agarrón en el que el jamón del sandwich fue Víctor Flores Olea, quien se quedó sin chamba como presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes porque Carlos Salinas de Gortari lo sacrificó para no quedar mal con Octavio Paz, el intelectual con más proyección internacional en ese momento.

Aquel pleito era por el botín, dijo Musacchio: Fue cuando se crearon las becas y Octavio Paz palomeaba las listas (de postulantes), mientras que los del otro grupo también querían su parte del pastel, por lo cual se armó un agarrón tremendo, agarrón que como periodistas se dieron el lujo de cubrir en El Financiero “sonándole a todo mundo”, cosa que, al parecer, todavía no les perdonan: “Yo, por supuesto, no tengo beca y Víctor, tampoco. Así que nos la van a seguir cobrando”.

Humberto Musacchio considera este hecho uno de los episodios de la vida intelectual mexicana definitorios de la vocación que tienen muchos colegas, más preocupados por pegarse a la ubre estatal que por hacer obra –ya no digamos perdurable- sino por lo menos legible, una preocupación que pasa a segundo término cuando la gente está muy preocupado por las becas, la fama, el prestigio, los premios, los reconocimientos, los viajes; todo lo cual le parece muy humano, salvo cuando eso se pone por delante de la obra personal: “ahí sí hay una actitud muy criticable”.

Desde que existe la sección cultural de El Financiero, -señaló Musacchio-, Víctor Roura se ha ocupado de señalar a estas lacras, estas llagas de la vida intelectual mexicana que no son peores que las de la vida intelectual de otros países. En Francia o en Nueva York las cosas pueden ser peores, incluso, pero lo que hace la diferencia es contar con críticos que no se pliegan, que le dan espacio a todo mundo pero que, finalmente, a la hora de exponer su punto de vista lo hacen con total honestidad, sin reparar en si van a perder o ganar amigos, y generalmente los pierden, a la vez que los enemigos se hacen más enconados.

Para finalizar su intervención Musacchio dijo que en este negocio –el del periodismo- la discrepancia nos enriquece. Con frecuencia él no ha estado de acuerdo en los señalamientos de Roura y viceversa, lo esencial es que su amistad perdura: “Yo me felicito de que Víctor Roura siga siendo mi amigo y -sobre todo- siga siendo ese escritor entregado con una vocación inquebrantable y ese compañero periodista de agudísimo sentido crítico, de independencia que ralla frecuentemente en la soberbia, una soberbia sana y plausible, y de una capacidad para dar que sólo se da en las almas más generosas, y la de él es una de ellas”.

El economista, poeta y escritor Salvador Mendiola, quien en la mesa fungió como maestro de ceremonias, cedió entonces la palabra al hijo de Jorge Meléndez Preciado, ausente esta tarde, mas sumamente generoso también al hablar de los enormes tamaños de Roura: “Y es que Víctor no sólo es un deseoso hombre de cultura, según la versión de García Canclini que reza: ‘Cultura es todo aquello que se agrega a la naturaleza’, sino un ser humano excepcional porque se nutre de las más diversas teorías y saca las conclusiones más cáusticas. Él, empero, ha sido marginado de muchas publicaciones no por sus limitaciones, más bien por su crítica implacable, sin concesiones”.

Posterior a esta intervención, Eusebio Ruvalcaba acotó a las palabras de Musacchio, que pese a tener una beca (Sistema Nacional de Creadores), Roura le permite seguir colaborando en la sección, y que, además, en su libro El hombre empuja al hombre publicado en la colección Cuadernos de El Financiero, bajo la coordinación de Víctor Roura incluye la leyenda: el autor agradece el apoyo que ha recibido del Conaculta, y esto lo mencionó porque refleja el carácter respetuoso del editor y amigo entrañable que semanalmente -los lunes- publica su columna "Con los oídos abiertos".

Por demás amoroso, Eusebio, procedió a leer "Su primer medio siglo", un texto que al igual que el de Meléndez Preciado apareció en la sección cultural de El Financiero ese mismo jueves 28:

“Tengo muy presente el momento en que le llevé mi primer artículo a Víctor. Y aquí voy a citar a un amigo mutuo, ejemplo de probidad, además de bebedor a ultranza: Manuel Blanco, […] ya desaparecido. Pues, si la memoria no me falla, fue por su insistencia que me presenté ante Víctor Roura con un artículo en la mano. Con la rapidez que lo caracteriza, Víctor lo leyó y me indicó que le hablara en un par de días. Así lo hice, y cuál no sería mi sorpresa ante sus palabras: ‘¿No viste el periódico ayer? Ya debutaste’. Y aquella primera aparición se convirtió en una columna sistemática, que semana tras semana ha marchado a la par de la sección cultural de El Financiero, a lo largo de 16 o 17 años. Qué sé yo cuántos, ni creo que sea tan importante...”.

Prosiguió Eusebio con los halagos y luego nos compartió un chisme: Vargas Llosa citó su libro (de Roura) Codicia e intelectualidad con palabras de reconocimiento. Después, tras tan oportuna aseveración contó dos historias breves para evidenciar la profunda amistad que lo une a Víctor, en ese momento pensativo y -sin duda- emocionado de encontrarse rodeado de gente que lo quiere tanto, incluso sus lectores anónimos presentes ahí, aprovechando el convivio para abrazar y hacer sentir su cariño al periodista que en todo el país seguimos día a día, y que hoy 1 de agosto celebra el XVII aniversario de la sección a su cargo.

viernes, 29 de agosto de 2008

LAS TREINTAÑERAS


Un nuevo rescate hemerográfico: El año es 1997. Corren días de misoginia. No parece haber forma de encontrar una salida viable a todo el caos que atraviesa mi vida. Me he desesperado, nuevamente, por causa y efecto del trabajo. No obstante, hay un lugar para que el placer se dé. Estoy leyendo, a hurtadillas, la sección – mi preferida y degustada sección cultural de El Financiero. Pareciera ser un día común y corriente. Me encuentro con las líneas de Eusebio Ruvalcaba. Su columna, en ésos días, se llama “Erika”. Es de lo mejor que tiene la sección. Vaya con el olfato periodístico del buen Víctor Roura al momento de seleccionar colaboradores. Ambos, Ruvalcaba y Roura, me acompañaron en no pocas ocasiones, a lo largo de mi vida. Sus puntos de vista acerca de las féminas, y sus experiencias con ellas, vertidos en sus respectivas columnas me dieron pie a no pocas líneas, de mi propia autoría, hoy desterradas de mi vida. Existe, sin embargo, el reconocimiento pleno a ése par de bohemios y melómanos que, desde la primera vez en que los leí no supuse jamás la trascendencia que habrían de alcanzar en mi vida. Rescato, entonces, la columna integra de Ruvalcaba. Hela aquí…


"La monogamia las pone contra la pared, por lo que no tienen más remedio que engañar a su marido. Hay quien dice que este engaño les produce inefable felicidad; más bien entran en conflicto, pues muchas, la mayoría de ellas, son conservadoras por definición – cuántas no, guiadas por un moralismo absurdo, terminan confesándole a su esposo aquel desliz (con lo que de paso devastan su matrimonio). Pero de pronto se sienten tan bien, con ese “gran peso que se les ha quitado de encima”.


"Las mujeres treintañeras están en edad clave. Por fin la belleza ha delineado sus formas definitivas; así, la treintañera no da más sorpresas: la delgada, ya no engordará, y la obesa no adelgazará; mas todas consideran su arreglo una suerte de conjuro: se esmeran en escoger el vestuario que mejor les va, en pintarse con singular maestría – aun las que lo hacen en el Metro – o peinarse con sencillez proverbial; también su modo de ser se afina, como un instrumento con el cual habrá de darse el magno concierto. La coquetería perfila su ángulo más sutil: entonces muestran, casi por mera displicencia, casi sin querer, una bienvenida y una buena dosis de muslo, o, si se corre con suerte, del nacimiento de los senos. La sonrisa entera en este rubro de la treintañera sugestiva: es discreta y provocadora, como si llevara implícita la más cachonda de insinuación. Bien podría decirse que ninguna otra mujer despliega con tal sabiduría su sonrisa; o su risa, más si se prefiere. Pero antes que otra cosa, la treintañera domina todos los trucos de la seducción: mira sin mirar, escucha con atención extraordinaria cuando en el fondo no está oyendo nada, promete con sólo mostrar la lengua entre los labios. Le urge gustar, causar ciertos y muy tenues comentarios, ser aceptada por su físico – hacia allá han ido encaminados sus treinta años - ; pero también por su cabeza. Justo a sus treinta años la mujer descubre la música, la literatura, la sociología. Son las que más frecuentan las librerías, las que hacen largas filas para entrar a las exposiciones, las que leen detenidamente la contraportada de los compactos de buena música.

"La mujer de treinta años apunta sus juicios sobre el varón como lo haría un dictaminador sobre una obra literaria, tal cual, con esa solvencia que nadie ha autorizado pero que todo mundo acepta, algunos con más resignación que otros.

"La treintañera se encuentra en la intersección entre la mujer joven y la madura. Así, lo mismo despierta un deseo insoslayable en la cabeza del jovencito que en la del ciencuentón. Porque cristaliza los sueños de uno y otro. O porque podría cristalizarlos, si se decidiera. Pero es cauta; tarde o temprano engañará a su esposo, pero, según ella, lo hará guiada por el amor. Porque le echa la culpa de todo al amor. Bueno o malo, el amor parece apuntalar cada uno de sus actos. Si no la aman, encontrará en su carencia la congoja y la desdicha; si la aman, denostará de ese amor: querrá ser amada de otro modo, en otro tenor. Es una inconformidad natural, que por fin se manifiesta en la mujer de esta edad: porque se da de topes en la pared por la educación innoble en que ha sido forjada: una cerrazón sexual que la encarcela y la hace abominar las costumbres anquilosadas. Quiere amar en todas las formas, en todos los modos, quiere probar todo en la cama, experimentar, explayarse, disfrutar todo lo que su capacidad le dicta, y los años pasan y ve con alarma que las cosas siguen igual. Que aquella experiencia no llega.

"Irremisiblemente, la mujer de treinta años descubre que se equivocó de hombre. Atisba a las virtudes de su marido, las comenta y sonríe cuando habla de ellas: es lindo, es cariñoso, es inteligente y tiene un buen trabajo, pero le falta algo, aunque no sepa muy bien qué; sea como fuere ese hombre, le falta algo.

"La fidelidad es la ruina del matrimonio. El camino más expedito para conducir un matrimonio al fracaso es guardar bajo llave el precepto de la fidelidad. Y la mujer treintañera lo asume con rabia. Aun a esa edad, no se explica por qué no es libre de acostarse con los hombres que le gustan: quisiera hacerlo, sueña de pronto con algún amigo de su esposo: hace el amor con su marido, y piensa que está en los brazos de ese otro. Y en su cabeza y en su corazón se va fraguando cierta amargura inabolible. Se conforma entonces, se resigna, mientras el deseo termina de fincarse como raíz de un árbol; se conforma con sonreírle, con mirarlo de soslayo, con atenderlo en aquella cena; hasta que él se percata y las cosas se precipitan.

"La treintañera es administradora ideal. Sabe sacarle el mejor jugo al dinero: revisa las cuentas en los restaurantes, discute cualquier medida que considere un atropello, pelea a muerte los abusos bancarios. Una mujer treintañera lleva a su hogar – cuando en efecto vive en su casa y hace ahí su vida – con creces. El hombre que tiene por esposa a una mujer así puede vivir tranquilo. Sabe que no pasará aprietos. Que siempre habrá dinero y, por ende, tranquilidad.

"Si ama, y cuando ama, la mujer treintañera es absolutamente solidaria. Va con su hombre – sea su marido o no, eso es lo de menos – hasta el quinto infierno; por sus venas corre, finalmente, esa pasión indomeñable. Y cuando encuentra un hombre con el cual establece una afinidad intelectual y espiritual entrañable, inequívoca, se da para siempre. Así sea que sufra decepciones o engaños, la mujer treintañera enamorada construye, paso a paso, la mejor vida amorosa. Que es la suya".